En la pintoresca villa marinera de Cudillero, donde parece que las casas cuelgan del monte, en la zona turística por excelencia, según se entra en el pueblo, es donde está emplazado este restaurante. "Incrustado" entre otros, todos con similar estructura, estrechitos, con comedor interior en el piso superior y con una terraza al aire libre.
Paso a describir la pitanza, aunque ya adelanto que lo único que prácticamente se salvó fue el servicio y que las tapas eran abundantes.
Pastel de cabracho:
no me gustó la textura y sin ningún sabor.
Patatas ali-oli:
la mayoría de las patatas podrían ser incluidas en una lista de armas arrojadizas, de lo duras que estaban.
El ali-oli, muy poco e insípido.
Mejillones a la marinera:
la salsa no tenía buen sabor y desde luego marinera no era.
Aparte que se formó un engrudo de harina donde los mejillones se quedaban pegados a la cazuela.
Fritos de pixín:
una palabra los define: CRUDOS.
Bocartes:
buena materia prima, que sólo necesitaron que se frieran.
Para mi gusto muy grandes, pero estaban sabrosos.
Fué lo único que se salvó de la comida.
El precio además me parece un poco elevado, sobre todo
comparándolo con el de otros sitios para las mismas tapas.
Con referencia a la cocina de este local, lo único que puedo decir es que desde luego, como mínimo, no acerté con los platos que pedí.
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